Culpa.
No puedo contarte de la ida, pero sí…, de la vuelta.
En una orilla encontré una botella con un mensaje que decía que se puede dudar de aquello que creíamos incuestionable, que podemos cambiar de opinión y hasta arrepentirnos.
Que es fácil juzgar los errores del pasado con la perspectiva que nos da el paso del tiempo.
Que eso tiene nombre y se llama culpa.
Una especie de peaje a pagar por todo aquello que pudimos haber hecho mejor.
No te creas eso de que es más fácil culpar al otro que a uno mismo, ¡qué va!, es totalmente al revés, porque siempre habrá verdugos que te recuerden que debes llevarla contigo.
Por haberte equivocado, por no estar a la altura, por no hacerlo bien de entrada, por haberlo pensado mejor, por ser vulnerables, por darnos un respiro, por…, por…, por…, la lista puede ser interminablemente agotadora.
Y no paras de darte golpes repitiéndote como si de una misa se tratara "por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa…", y pensando en lo que podías haber hecho y no hiciste, lo repites mil veces en un cuaderno como el castigo que te salvará de una penitencia.
La culpa son las manchitas de humedad en esa pared blanca que tienes que rascar y arreglar para que no vuelvan a salir, y tú vas de listo y las pintas encima, ¡ayyy pillín!, que eso es como tapar el sol con un dedo…
Es un muro que tienes que romper y alguna que otra barrera que, a veces, será necesario subir para poderla atravesar. Y ahí que vas otra vez, de listo, agachándote y pasándola por debajo como si no se diera cuenta, y si lo consigues has de saber que tarde o temprano te recordará que no te atreviste a enfrentarla…, volviendo a salir como aquellas manchitas de humedad que una vez, solo pintaste ¿te acuerdas ahora?
Así que ya sabes, aquí te dejo una especie de esbozo para que veas lo que se siente por si alguna vez llama a tu puerta, generalmente oculta tras otras emociones, ¡no digas luego que no te avisé!
Viene para joderte, pero también para enseñarte lo incómoda que puede ser la realidad cuando no ponemos los suficientes medios para ir consecuentemente a por ella.
Entonces,
respiré hondo,
cogí el mensaje,
descorché la botella,
me senté conmigo y conversé con ella…
Brindamos, y ¿sabes qué?, que quizás algún día, poquito a poco, charla tras charla…
… consigamos ser amigas.