El hombre del saco.
Le llamaban "El hombre del saco."
Un ser especial, un hombre (des)conocido, hasta ese momento sin nombre, recubierto por una capa de acero tras la cual se protegía... ¿Qué escondería debajo de esa dura coraza con tanto secreto?
De personalidad enigmática, una especie de imán potente y peligroso.
Un día, cansado de andar, se sentó y se quedó dormido dejándose un pequeño espacio de ese saco abierto. La curiosidad que vaga incesante en busca de bembeteo se coló en él sigilosamente, y para su sorpresa, solo estaba lleno de sonidos, se escuchaban ecos en forma de aclamaciones y vítores… ¡el hombre del saco de acero atesoraba aplausos!
Ruidosos, intensos. Pura ovación.
Aplausos ostentosos que le servían de alimento para su alma solitaria, sin importarle su procedencia, pudiendo ser leales, ingratos o por compasión…, pero ¿qué más da?, aplausos al fin.
Aplausos que le llegaban como sinónimos de "sí señor", "de acuerdo", o el que más le gustaba oír…, "lleva usted razón".
No todos eran honestos, pero a él le valían de igual modo para darle sentido a su ego.
Se despertó sobresaltado y vio como la curiosidad seguía allí husmeando. A pesar de su enfado, escudándose en su afable carácter y con la gentileza por bandera, le explicó que los necesitaba como al aire para respirar.
Ignoró que fuera la curiosidad con quien estaba hablando, estaba claro que necesitaba ser escuchado, que alguien, daba igual quien, le prestara atención, era tan grande su soledad que no importaba quien le rindiera alabanzas, el fin era que ellas le arroparan para dejar de sentir el frío vacío de un ego abandonado.
Que el mundo le diera la razón era su razón de ser.
Dejando a la curiosidad sin saber que decir, le dedicó una mirada de nostalgia que mutó inmediatamente al frío de su coraza, se acomodó el narciso en la solapa y preso de una amarga tristeza, continuó su camino al son de los que a su alrededor le repetían...
¡Pobre diablo!