Emociones.

19.02.2024


La alegría siempre puede conmigo.

Desde pequeña fue mi compañera, mi amiga, mi ángel de la guarda.

De vez en cuando voy en el coche conversándome..., alojada en mis pensamientos, en mis historias y mis problemas, cada tanto me cruzo conmigo en alguno de los espejos y me veo sonriendo, y es ahí cuando me pregunto ¿de qué me río?, si bien el solo hecho de respirar ya es motivo para agradecer y sonreír, prefiero dejarle esa teoría a la psicología positiva, porque los problemas existen, y no siempre podemos todo lo que queremos.

Y no hablo de materialidades, más bien de aquel  "querer es poder" que nos quieren meter con calzador los libros de autoayuda. 

No, querer no siempre es poder.

Nos venden humo en forma de frases bonitas, y es cierto que la vida es un regalo de luz, pero también nos deja a oscuras, dificultándonos el camino.

Así y todo, sonriendo, hay días en los que no puedo con todo, ni siquiera conmigo.

De repente viene la tristeza a visitarme, hay épocas en las que viene más a menudo, en las que ella está un poco más andariega y yo más indolente, me dejo arrastrar.

Apareciendo profunda, irónica e intempestiva, alguna vez me empeñé en alejarla.

Para ello acudí a la ira y que con su fuerza consiguiera enfrentarla rompiendo las cadenas, y lograr alejarla de mi, así se convirtió en mi mejor enseñanza y mi peor experiencia, con ella no pude hacer nada.

La tristeza es mucho más lista, y con solo mirarme adivinaba mis intenciones.

Entonces tiré del miedo, pero no se atrevía a plantarle cara, y desde su escondite asomó pidiéndome disculpas por no poder ayudarme.

También pensé en el tiempo, pero este por si solo tampoco pudo hacer nada para alejarla de mi.

Y como última opción, acurrucado en un rinconcito del alma, estaba el antipático del asco, que no me cae nada bien, pero me ofreció hablarle con desprecio, y por intentarlo asentí sin apenas creérmelo. 

Como por arte de magia la tristeza, cabizbaja, comenzó a alejarse lentamente..., había funcionado pero no me terminaba de convencer.

Ahora, ya lejana, no le guardo rencor, sé que algún día volverá, pero cuando lo haga ya no recurriré al asco ni le hablaré con desprecio, simplemente, la recibiré y la invitaré a sentarse mientras yo, entre lágrimas, le seguiré sonriendo en una simbiosis perfecta con el tiempo. 

Porque la alegría siempre pudo conmigo, y aunque querer no siempre es poder, el poder de una sonrisa me hace ganar todas las partidas.