Fáltame el respeto.
Fáltame el respeto.
Empújame hasta ese rincón donde todo es urgente.
Crucemos la puerta. Cambiemos de escenario y detengamos el tiempo.
Y ahora, con el tiempo amarrado en nuestros puños, déjame...
Si, has leído bien, déjame...
Déjame desabrochar cada botón de tu camisa y que mis dedos se escurran por debajo dibujando garabatos sin sentido.
Despacio. Muy despacio.
Deja que me inunde tu perfume y respirarnos profundo y largo, mientras mi boca da mordisquitos en tu cuello.
Déjame besarte lento.
Despojarnos de todo lo que sobra.
Dejar que el suelo se abrigue con nuestra ropa y solo quede espacio para la piel.
Y entonces no haya donde esconderse...
Desnúdame con cada palabra y acaríciame con tu mirada.
Suave y sin prisas.
Y ahora deja que mis manos, del derecho y del revés, recorran tu espalda.
Demos permiso a los labios para dar pasitos cortos por nuestra geografía.
Tú, mi brújula. Yo, tu viento.
De arriba a abajo y de abajo a arriba.
Fáltame el respeto.
Muérdeme la boca con descaro.
Entra sin llamar.
Susúrrame al oído y ya nada podrá parar este incendio.
No me
pidas permiso. Y bailemos.