Las garras del corazón.
Él persistía en una incesante búsqueda.
Ella, en su habitual costumbre de desoírse, y aun siendo sabedora de sus deseos, lo hacía de manera irreflexiva, sin pensar.
De cualquiera de las formas, buscándose o no, ahí estaban intentando resolver el enigma, preguntándose donde habían estado todo este tiempo, hasta que un día esas miradas se detuvieron y una energía los acercó en un acople perfecto de sus labios, atrapándolos en la más hermosa y peligrosa de las redes…, el amor.
Ese vendaval que llega ignorándolo todo y sin pedir permiso.
Ese loco peligroso que empieza a entretejer palabras, besos y caricias.
Ellos quisieron descifrar ese entramado poniéndole una etiqueta… pero solo había una.
Se querían, se amaban y se deseaban de una forma distinta, descubriéndose en cada encuentro, en cada beso, en cada respiración y en el sonido de sus risas que llevaban persistentemente grabado en la memoria.
Y aun cuando la razón les exigía olvidarse, solo conseguían recordarse.
En las garras del corazón se tenían presos, y en sus soledades, con el alma en mil pedazos, se suspiraban.
Lo intentaron pronunciándose mil veces en un "adiós", como si sentenciarlo fuera suficiente para imponerse una penitencia…
Matices oscuros les cubrieron con su manto… y en un corto tiempo pasaron por tormentas.
Pero se ansiaban con la misma fuerza de la tempestad y sus miradas no dejaban de buscarse entre todas las miradas.
… entonces, el amor otra vez hizo de las suyas, y en medio de la tormenta se volvieron a acariciar con palabras.