Muriendo de realidad

25.11.2024

Tenía claro desde hacía tiempo que iba a suceder.

Primero (re)leyó la conversación de principio a fin, luego borró los mensajes, pensando que "lo que fácil viene, fácil se va", pero no… al igual que cuando barajas las cartas otra vez, nadie vuelve a ser el mismo después de mezclarse con alguien, así sea una charla, un paseo…, un café.

Con los pies descalzos, cruzó el asfalto, la tierra y hasta la fresca hierba del amanecer para llegar por fin y agitada, a aquella roca que la sostuvo hasta su último suspiro.

Sentía como el frío húmedo se apoderaba poco a poco de ella, como adormeciéndola.

Llevaba un tiempo sintiéndose sola, aún rodeada de gente.

Como la fina llovizna cala hasta los huesos, esas palabras que llegaron sin pedirlas calaron en lo más profundo de su ser.

Con nostalgia recordó cuando pequeña le regalaron una diminuta semilla que sembró, y con el tiempo vio florecer para luego marchitarse.

Nunca imaginó que aquella persona que le dedicó las más hermosas palabras fuera capaz de arrollarlo todo con otras tan afiladas como crueles que ella, con la venda en los ojos, seguía obstinada en negar.

Sus manos nunca le habían hecho daño, solo se entretejieron con las suyas en un idioma que nadie más que ellos conocieron.

Así, se descubrieron en una mirada.

Así, se descifraron en un suspiro.

Y así, palabra tras palabra, murieron de realidad.

A veces el daño no viene en forma de golpe, a veces llega como un huracán a desordenar un corazón que nunca más vuelve a ser el mismo cuando el otro se va sin recoger el desorden.

Y sin poder más, acalló su mente, enmudeció su corazón, y se dejó caer.


El amor se manifiesta de muchas maneras.
La violencia, también.