Nuestro viaje

21.04.2001

 

Enero 2001, un día caluroso, muy caluroso. Suena el teléfono.

Al otro lado: "Clau, ¿nos vamos?"

Confieso que me temblaron las piernas, pero respondí rápidamente con un rotundo "sí".

Hacía días que veníamos barajando la posibilidad de irnos de Argentina en busca de un futuro mejor. Teníamos todo en regla para dar ese paso que, sin saberlo, nos cambiaría la vida.

Comenzaron los preparativos y un cúmulo de emociones se hicieron presentes en nuestra rutina hasta el momento de la partida.

Dejábamos atrás casi todo, no cabía en la maleta más que lo necesario.

Y aunque con tristeza de dejar allí nuestras cosas materiales, lo más importante sí venía con nosotros, nuestro pequeño Facundo, nuestro "Chanchi" como le llamamos desde siempre.

Todos nuestros miedos se esfumaban con solo pensar que ese paso tan grande era para él y solo para él, su futuro y su estabilidad, pensábamos en darle una buena vida, una niñez sin miedos, una niñez segura.

Y sí, estaba con mamá y papá, arropado y amado, pero lamentablemente en la vida no es solo amor, aunque sea este quien nos salve de todo.

Despedidas, la gran oportunidad de decir todo aquello que nunca decimos por vergüenza, porque somos tontos, porque nunca es la ocasión...

Cuando llega ese momento te das cuenta del tiempo que has perdido y deseas volver atrás para recuperarlo, para volver a tener la oportunidad de compartir, pero no... ya pasó, ya no hay vuelta atrás.

Y aprovechas esa partida para alegrar y alegrarte el alma diciéndole a mucha gente que los amas, que los quieres, que los vas a echar de menos...

Al final, extrañar no es vaciarte, sino llenarte de los que se hacen presente a pesar de la ausencia.

Y llega el día, y entre nervios, miedo, muchísimo miedo, cierras las maletas...

Si..., cierras las maletas comprobando mil veces que llevas todo. Coges el abrigo. Te giras para ver tu casa por última vez y llevarte en la retina la mayor cantidad de diapositivas de tu biografía. Apagas la luz y tras cerrar la puerta, entre lágrimas y risas, te subes al coche camino a lo que va a ser el viaje de tu vida.

Y con toda la ilusión por haber materializado este proyecto, llegamos al aeropuerto acompañados de los afectos más cercanos, y ahí es donde las despedidas toman cuerpo, los abrazos más sinceros e intensos que jamás hayamos vivido y que a través de los años cuando cierras fuertemente los ojos los revives una y otra vez.

Te subes al avión y observas tras sus ventanas, que lo dejas todo, absolutamente todo.

Y de repente apagas tus ojos como párpados de cristal que se cierran a una historia para dar paso a otra.