Ojalá... algún día.

01.06.2023

Un andén vacío en una estación lejana.

Cada tanto se escuchaba el estruendoso pasar de un tren solitario que ensordecía el silencio por un instante.

Él estaba allí, como cada tarde que se sentía atormentado por esa decisión que hacía años le había sumido en una profunda soledad.

De joven, al igual que cuando aquel pueblo aún olía a vida, fue alegre. 

Inmerso en su rutina, iba y venía de su trabajo, en el mismo tren, todos los días.

Nunca se atrevió.

Se quedaba paralizado cada vez que veía a esa mujer subir a aquel vagón. Solo la observaba con una fascinación infinita bajando la mirada cada vez que ella alzaba la suya.

En silencio se dedicaban sus más hermosas sonrisas.

Cada tarde, ella, como si de un ritual se tratara, sacaba su lápiz y comenzaba a escribir su cuaderno, en cuya portaba rezaba "mis palabras".

Cada tarde, él, ceremonialmente, ponía toda su atención en aquellas manos garabateando letras.

Nunca se atrevieron.

Lo más cerca que estuvieron fue a través del roce de sus manos en un atisbo de prisa que se les quedó grabado en la piel cuando "sus palabras" cayeron al suelo aleteando como mariposas… y un trocito se escapó como si pretendiera ser leído y perpetuado en el tiempo…

Así fueron llegando otoños, con olor a tierra mojada y hojas secas cubriendo las calles, y sombríos inviernos con olor a chimenea, cuyos toques de alegría eran las risas de los niños con sus bufandas y gorritos de colores chapoteando en los charcos.

Y aunque florecieron los árboles y la brisa cálida le acariciaba su ya gastada piel, la primavera tardó en llegar, volviendo a llover en su corazón cuando veía pasar los días y el tren que se detenía como cada tarde, la dejaba en el andén.

Él la miraba desde arriba deseando que subiera.

Ella, con la mirada perdida en el cristal sentía que su corazón se iba detrás de aquel vagón, pero su memoria no entendía por qué…

El tiempo pasó en forma de años.

Y un día de esos denominados "cualquiera", en el jardín de aquella residencia volvió la primavera a su corazón, cuando sus dos rostros ya arrugados se giraron, y como si los años no hubiesen pasado, mientras él volvió a bajar la mirada en el mismo instante que ella alzó la suya, se reconocieron en una sonrisa y en aquel trocito de papel, ya gastado y atesorado, que decía… "ojalá algún día…"