Pies descalzos.
Hubo una vez que decidí deshacerme del abrigo y la contención de un calzado y liberar mis pies con la intención de percibir todas las sensaciones posibles.
Así caminé descalza durante un tiempo, sintiendo el calor del sol, el frío del asfalto, el crujir de las hojas secas, la frescura de la hierba mojada y hasta la más hermosa sensación de caminar entre nubes de algodón.
También me permití ponerles alas a mis pies y así dejarme llevar por el aire.
Caminé sintiéndolo todo y hasta salté charcos, consintiéndome dar marcha atrás y chapotear en ellos hasta embarrarme el alma.
Divisé una cornisa y allá que me lancé sin pensar caminándola temblorosa aún a riesgo de perderlo todo.
Tropecé con muchas piedras, algunas pequeñitas que solo me hicieron cerrar los ojos en un atisbo de dolor que pasó rápidamente, otras que pasé de largo restándole importancia…, y otras que irremediablemente me hicieron caer obligándome a levantarme.
Hice equilibrio en algunos tejados poniéndome a prueba.
Seguí mi andadura por diferentes escenarios haciéndome heridas que fueron cicatrizando con el tiempo.
Pisé la arena caliente y fui dando saltitos a la orilla porque me quemaba los pies… así el verano me enseñó que el agua salada es curativa, que por muy profundo que metas el pie en la arena viene una ola que, con un suave o impetuoso vaivén…, vuelve todo a su sitio.
Pisé las hojas secas clavándome una que otra ramita… y el otoño se hizo presente enseñándome que no todo es para uno, que todo tiene su tiempo y su lugar, y que como las hojas se caen de los árboles también hay que despojarse de lo que ya no es, dejando espacio para lo que está por llegar.
Pisé la fría nieve donde se reflejaba un rayo de sol… y el invierno me contó en secreto que para valorar la luz hacen falta las sombras.
Pisé el césped húmedo con el primer rocío de la mañana… y la primavera floreció para mostrarme que la luz siempre se abre camino, y que lo triste no es eterno.
Que por mucho que nos cueste la vida siempre llega el momento que hace renacer brotes nuevos, "verde que te quiero verde" que ya lo decía Lorca en sus poemas…
Y así, con los pies descalzos, heridos y sucios, después de experimentar las sensaciones que me regala la vida elegí quedarme con la más bonita de todas, el abrigo y la contención de unos zapatos de los que quizás nunca debí haber salido…