Siempre "tac".
A ella le contaron que aquel rincón del mundo estaba lleno de historias, y emprendió el camino hacia ese puente.
Entre esas historias, la de un hombre que se sentaba todos los días con su violín a través del cual sacaba los más preciosos acordes con los que amenizaba el paseo de los transeúntes intentando recaudar unas moneda que algunos, ignorando la música, le daban por compasión, y otros más generosos, lo hacían dejándose deleitar por sus melodías...
Así pasaban los días de una vida de miserias que, por una sucesión de errores se había ensañado en su piel.
Con mansedumbre en el rostro y después de perderlo todo, terminó con él un amor no correspondido, que no le dejaba más que unas amainadas fuerzas con las que articular sus frías y ajadas manos consiguiendo así algunas notas que en el fondo, seguía dedicándole a ella.
Cada tanto levantaba su mirada azul que apenas se percibía entre arrugas y una gran barba, y reflejaba la tristeza de otros ojos que se cruzaban con los suyos.
En aquel lugar, testigo de los besos y las manos que encajaban en acoples perfectos, las horas pasaban dejando un velo de pasión en el aire.
Amores de siempre y amores de un día. Amores de ida y vuelta.
Amores furtivos que la vida les condena a no ser.
Amores que llegan de la nada convirtiéndose en todo,
… y amores que creyéndose todo acaban en nada…
Escenario de historias que empiezan y otras que acaban…, aquel puente estaba lleno de candados que encerraban promesas de amor.
Ella comenzó a atravesarlo, cámara en mano, en busca de la imagen perfecta.
Pasó por al lado del caballero de la barba y el tiempo se detuvo en un instante.
Dejándose llevar por la melodía, cerró los ojos, suspiró y desencadenó un llanto en el que lágrimas y notas se fundieron en la más hermosa sincronía.
Los dos llevaban una profunda tristeza en el alma por amores que no pudieron ser, pero ambos, aun arrastrando la resignación por bandera, tenían aquella certeza de haber amado y haber sido amados...
El la miró, extendió su mano y colocó en la suya una pequeña medalla que solo tenía tres letras, t.a.c.
A aquel hombre no le hacía falta hablar con palabras, y ella entendía perfectamente el lenguaje de los ojos…
Nunca supo lo que significaban esas letras, y aunque intentó buscarles sentido, no lo consiguió, solo presentía que eran especiales.
Ahora ha pasado el tiempo y cada vez que las mira siente que "tiene aquella certeza" del amor que fue la imagen perfecta que tanto buscó y que siempre llevó tatuada en su corazón.
Jamás sabrá lo que esa medalla pudo ser para alguien, pero ya era parte de ella.
Y desde entonces le acompaña en un siempre… T.A.C.